miércoles, 1 de abril de 2009

Hugo Danner, o el hombre que pudo ser Superman (II)

[Gladiator: la ambiciosa vida de un superhombre sin limitaciones. Acerca de la vida errática de Hugo Danner y su necesario olvido en el género de superhéroes.]

Presentemos entonces el argumento de la novela, sin adelantarles sobre ella más de lo estrictamente necesario -de lo necesario para poder hablar, en páginas venideras, sobre las convergencias entre los personajes de Watchmen y el tal Hugo Danner; de lo necesario para poder afirmar que la ficción de superhéroes está describiendo un ciclo completo entre esos dos hitos, para regresar a su punto de partida después de casi 50 años.
A sabiendas de que su esposa, una devota metodista, se encuentra en buena esperanza de su primer hijo, Abednego Danner, un profesor de Bioquímica residente en una pequeña ciudad de Colorado (Estados Unidos), inyecta a escondidas en el cuerpo de la mujer un suero con el que había conseguido “perfeccionar“ los materiales genéticos de algunos animales, produciendo en sus organismos una multiplicación espontánea de su fuerza muscular, su velocidad y su resistencia a las agresiones del entorno, o en otros términos, “una aceleración al nivel del individuo de la evolución natural de la especie“. Tras unos meses, y sin que en la mujer se hayan manifestado los efectos del suero, el niño nace sano y es recibido con alegría por el matrimonio. El pequeño Hugo Danner mostrará ya muy tempranamente “cualidades especiales“ que confirman la feliz obra del suero sobre su material genético. Sorprendido por su curiosidad precoz, su padre tendrá que descubrirle de dónde provienen esas “ventajas“ que le convertirán en un “dios entre los hombres“. Después de que el pequeño Hugo se haya dado a conocer entre sus vecinos ayudando a rescatar al conductor de una camioneta volcada cerca de su casa -levantando en vilo el vehículo-, su padre le insiste, además, en que oculte esas potencias extraordinarias, para evitar que sus vecinos, granjeros supersticiosos, recelen de él, tomándolo por una excepción al orden natural de la Creación:
-¿Me odiarían?
-Porque te temen, hijo. (...) Algún día encontrarás un fin para toda esa fuerza -un fin grande y noble- y entonces podrás hacer uso de ella y sentirte orgulloso. Hasta ese día, tienes que humillarte como el resto de nosotros. No debes pavonearte o hacer con ella trucos baratos. Entonces sólo serías un payaso. Espera tu momento, hijo, y podrás sentirte satisfecho por ello. (...) En cuanto más fuerte y grande eres, más dura te resulta la vida. Y tú eres el más fuerte de todos, hijo.
El corazón del niño de diez años ardió y titiló. “-¿Y qué hay de Dios?” -preguntó.
“-No sé gran cosa acerca de Él” -susurró su padre.
[cap. IV de Gladiator -la traducción es nuestra]



El pequeño Hugo comprende entonces que debe fingir ser quien no es, al menos hasta encontrar el “propósito“ que debe dar un sentido a la posesión de esas potencias sobrehumanas y extraer de él su “verdadera identidad“ para bien del mundo. A partir de ahí hace lo posible por pasar desapercibido entre sus vecinos, y no es hasta poco antes de que abandone la pequeña ciudad para tomar cursos en una escuela universitaria lejos de su ciudad natal cuando vuelve a presentarlo la novela: “un hombre que porta la promesa de un joven dios. Hugo con dieciocho años. Sus emociones brillaban en sus ojos como acero candente en un molde oscuro. La gente evitaba esos ojos; contenían una determinación ante la que las almas comunes empequeñecen” [cap. V de Gladiator]. Tan pronto Hugo llegue al campus universitario y se encuentre bajo su propio arbitrio, fuera de la casa de sus padres y -por fin- en persecución de su “destino”, buscará en la competición deportiva una primera manera de introducirse en el mundo adulto. Moderando sus tremendas fuerzas corporales, Hugo se convierte sin esfuerzo en el jugador más brillante del equipo de fútbol americano de su colegio universitario -de ahí el título de la novela: los “gladiadores“ son los jugadores de fútbol americano- y uno de los jóvenes más populares de su residencia. Mas, cansado de tomar parte en una “ficción“ -ficción porque en ella tiene que fingir, de nuevo, ser quien no es- en la que no encuentra una empresa a la altura de sus fuerzas, no tarda en ceder al encanto de un interminable “Weltschmerz” [término alemán introducido por Wylie que podría traducirse como “dolor del mundo“, esto es, dolor por el hecho de encontrarse en un mundo dado, enfrentado a él], y en enredarse en una dialéctica sin fin en la que se anuncia lo que será a partir de entonces su trayectoria errática. Hugo Danner, en su primera salida al mundo, ha sido “esquivado por la grandeza” [cap. VIII]; y si ha tenido ocasión de comenzar a proporcionarse, bajo su propia responsabilidad de adulto, una figura moral, una interpretación de sí a la que pudiese confrontarse esa “verdadera identidad” -la “verdad identitaria“que le aguarda desde el día de su infancia en que se le reveló el secreto de sus orígenes- también ha descubierto que, en contra de lo que le cabía esperar, el mundo que le ha tocado en suertes jamás había estado detenido a la espera de su llegada, reservando para él un “lugar” a su medida. Es en ese primer naufragio cuando su “don” se comienza a convertir en su “triste sino”, en el pretexto de su renuncia:
No es eso. Es mi cabeza la que está cansada, no mi cuerpo. Cansada de abrirse paso a golpes y siempre salirse con la suya. Pero no, no estoy fanfarroneando. Y sé que ninguno de ellos puede pararme. Tú lo sabes. Ése es mi don -y mi maldición.” [cap. IX]

¿Es él quien está de más en el mundo, o es el mundo el que resulta demasiado mediocre como para alojar a un hombre “excesivo”, a un campeón prodigioso como él? Tal es la dificultad en la que el mismo Danner tiende a atraparse. En esa dificultad toma ya una decisión y se excusa de ella: decide desentenderse del mundo y se excusa en su pertenencia a un “mundo mejor”. Quizás, al otro lado del espejo, muchos lectores de la novela se sintieron unidos al personaje en esa desgracia, aunque sus “méritos“ fuesen otros y perteneciesen a otro plano de ficciones y engaños. Ficción que, para un público inmediato que toma parte en ella, se convierte en adulación.

En las vacaciones de verano de ese mismo año, Danner visita Nueva York con sus compañeros de equipo para asistir a una fiesta. Borracho, acaba separado del grupo por los tejemanejes de una mujer y pierde el tren de vuelta. Buscará trabajo en la ciudad al objeto de reunir el dinero necesario para pagar el resto de sus estudios universitarios. Respondiendo a un anuncio, acaba exhibiéndose durante unos meses como “hombre forzudo” en el espectáculo de variedades de un sórdido club. Convive mientras tanto con una jovencita a la que él mismo presenta como una “fulana” [“a tart“], que le acabará abandonando. ¿Les parece a ustedes que un superhéroe podría perder el tiempo de esa manera? Tras esa primera ruptura, se reincorpora a sus estudios y se licencia. De nuevo, Danner debe enfrentarse al enigma de su destino y su irresolución: su “identidad” y su “gran fin” parecen estar disolviéndose en una serie de episodios discontinuos y más enlazados por casualidades o imprevistos que por el “gran fin“ que el mundo debiera proporcionar a un superhombre. Tras un cambio de capítulo, la narración vuelve a dar un salto. Hugo se ha enrolado como marinero de un buque mercante, y después de un año de viajes, desembarca en Francia, donde, sentado junto a la barra de una cantina, le sorprende el anuncio del estallido de la Gran Guerra de 1914:
se vio a sí mismo cargando en medio de la batalla, luchando hasta agotar su munición, hasta romper su bayoneta; entonces, se revelaría como un titán, completando monstruosas hazañas con sus solas manos. Y con sus dientes.” [cap. XI]





Danner tomará parte en la guerra de trincheras contra Alemania, poniendo su “don“ a disposición de la Legión Extranjera francesa. En la batalla, las balas de las ametralladoras rebotan contra su pecho. Los gases venenosos y las explosiones de las granadas apenas consiguen aturdirlo. Salta muy por encima de las trincheras -hasta perderse de vista- y cae desde el cielo nocturno sobre la retaguardia alemana, interrumpiendo las líneas de suministros y regresando con prisioneros bajo sus brazos. Pero la guerra continúa su desarrollo durante cuatro años pese a la intervención del superhombre: “Había valido por mil, quizás por diez mil hombres, pero no podía valer por millones. No podía envolver un continente entero con sus brazos y oprimirlo hasta someterlo. Había demasiada gente, demasiado estúpida como para hacer algo más que temerlo y odiarlo. Ahí sentado, se dio cuenta de que su ilusa fe en él mismo y el universo se había desfondado.” [cap. XV]

Si antes de la Gran Guerra le había faltado al joven Danner una empresa a la altura de sus fuerzas, ahora el mundo le acababa de poner delante una que excedía su capacidad; una empresa que, sin embargo, sí se encuentra a la altura de su “don” -la “verdad“ sobre él mismo que ha debido ocultar desde su infancia- y en la que se le promete la “grandeza“ que, ejerciendo ese don ante el mundo, le corresponde conquistar. El dilema que opera como fondo de su biografía y que se convierte en la trampa de la que no escapará nunca se ha completado ya: cuando pueda hacer suya una empresa y resolverla exitosamente, ésta será insignificante (en relación a su “don“, a su “verdad identitaria“); cuando ésta se encuentre a la altura de su “don”, su complicación será excesiva, y la intervención de Danner no podrá ser decisoria, crucial -como él pretende que sea. En todo caso, el dilema se resuelve en la perplejidad y la desmoralización, en una indagación sin fin de las razones para emprender algo; después, en la continuación de su trayectoria errática y solitaria y en la pérdida de cualquier compromiso. El joven Danner, verdugo y víctima de su propia compulsión hacia la grandeza, no encuentra nada que le satisfaga en su propio mundo. Al regresar a los Estados Unidos tras la Gran Guerra, el joven no puede evitar preguntarse, tumbado sobre una cama, “si en realidad le importa algo o alguien“ [cap. XVIII]. Esto, desde luego, le iguala en parte al Adrian Veidt de Moore y Gibbons, que sólo en Alejandro Magno es capaz de encontrar una referencia para su figura biográfica. Al tomar ambos como su “verdad identitaria” -su “condición personalísima” e ineludible- la posesión de un exceso de poder, los dos se obligan a construir toda su vida en torno a la búsqueda de una intervención decisiva sobre el mundo, una intervención que introduzca en sus tiempos una transformación proporcional a la que ellos mismos representan, gracias a ese “exceso de poder”, en relación a sus contemporáneos. Entre ellos dos (1930-1986) Superman ha abierto en la ficción un paréntesis que los distancia, pero bajo el que sigue omitiéndose una cuestión que, en lo que omitida, parece estar dando la clave de la consolidación del género de superhéroes, y que reintegrará a Danner en la trama de Watchmen mucho tiempo después. La pregunta podría venir por aquí: cuando se dice de Superman [véase ACTION COMICS n. 1] que como “una maravilla física y un prodigio mental, está destinado a cambiar el destino de un mundo“ -algo que, en parte, puede que haya conseguido-, también se ha olvidado añadir algo a la categórica afirmación. ¿Qué sería de Superman si por un momento el mundo -a través de sus autores- volviese a sugerirle el dilema que merma las fuerzas morales de Danner? ¿Seguiría haciendo lo que hace o volvería al punto de ambigüedad e irresolución moral en que se quedó atrapado Danner, y en el cual no podía fingir contar con ese “plus de ficción“ que le hubiese convertido en el Superman que conocemos? ¿Podría Superman quedar maniatado por Clark Kent si la perplejidad (perplejidad ante su propio nihilismo o perplejidad ante el vacío de su propio mundo) que desfonda las ilusiones de Danner no hubiese quedado “olvidada“ por sus autores en el camino -el camino que va desde Danner hasta Superman?

Sospechemos lo peor: ¿y si Superman no fuese otra cosa que un Danner disfrazado -literalmente o no- y recauchutado, pero que bajo el disfraz de su empresa “contra el mal y la injusticia”, sigue “deshinchándose”, sigue ocultando el dilema que hizo del “don” de éste una “maldición”, un triste sino? La desmoralización que mantiene a Danner en su trayectoria errática pudo ser, gracias a la libertad de la ficción, eludida por el primer superhéroe: esto es justo lo que le permite ser el Superman que conocemos y separarse de Danner, con un “plus“ de disimulo, olvido y ficción. Mas, ¿y qué hay de los lectores, que no están sujetos a la lógica ficticia? ¿No es cierto que también ellos, como espectadores, han tenido que colaborar con ese “plus” de disimulo, olvido y ficción, cuando fuera de la ficción quizás el mundo contemporáneo en que tienen que vivir no se haya olvidado, ni por un momento, de volver a sumirlos en la desmoralización [“el abismo“, la “culminación del nihilismo“] que ya empezaba a reflejarse en los lectores de Gladiador y en el personaje de Wylie? Si esto es así, Superman habría quedado infectado, en toda su consistencia, de un germen que no se manifiesta en él -precisamente para que pueda ofrecer la apariencia “atlética” y aseguradora que debe ofrecer-, pero que se estaría reproduciendo de modo espontáneo en el mundo que rodea sus ficciones; ese germen es el que pasa, a través del género de superhéroes, hasta los personajes de Watchmen, apropiándose de ellos en un círculo enfermizo en el que las máscaras, en sustitución de la “superverdad“ o “verdadera identidad“, les privan de sus rostros; un círculo ficticio en el que el lector, rodeado de nihilistas conscientes, ya no tiene espacio para evitar toparse de frente con la desmoralización que se cebó en Danner, y en el que la cura exige no seguir simulando en la línea nihilista del “juego de verdades e identidades“. Según nuestra posición frente a los personajes de Watchmen, la cura pasaría por las verdades más cotidianas; y la culminación mortal de la enfermedad, en la transformación de los (cómics de) superhéroes en los náufragos de los cómics de piratas, y de los náufragos en cadáveres andantes. [Ya se verá con más detalle. Vuélvase de momento a “El abismo te devuelve la mirada“, en contraste con la serie “Amantes de Hiroshima“.]

¿Y dónde habíamos dejado a Hugo Danner? De regreso en Nueva York tras la capitulación alemana de 1918, y continuando un nuevo capítulo de su vida errática; ahora a punto de desesperar de la llegada del “gran fin“ que le corresponde a su “superverdad“, como corresponde la cerradura a la llave:
“¿Qué harías si fueses el hombre más fuerte del mundo, la cosa más fuerte del mundo, más poderosa que la máquina? -Se obligó a intentar dar respuestas a esa pregunta retórica.- Yo habría... Habría ganado la guerra. Pero no lo hice. Conduciría el mundo con mi sola mano. Literalmente: con mi sola mano. Despreciaría el universo y lo transformaría según mis propios fines. Sería un criminal. Abriría de par en par los bancos y violaría sus cámaras. Mataría y destruiría. Sería como una plaga secreta e invisible. Haría lo necesario para expulsar el crimen de la tierra; sería un superdetective, que perseguiría y castigaría sumariamente a todo criminal, hasta que nadie se atreviese a cometer una felonía. ¿Qué haría? ¿Qué haré?” [cap. XVII]


Dicho esto, lo siguiente que hará Danner será conseguir un empleo humilde en una fábrica, en la que su extraordinaria capacidad para el trabajo le acabará enfrentando a sus compañeros; tras perder su puesto, y recurriendo a la recomendación del padre de un amigo, pasa a ser empleado de un banco. Tras un accidente en el que se ve obligado a forzar la puerta de acero de la cámara acorazada de éste sin más ayuda que la de sus manos, se hace sospechoso a los ojos de la policía y es despedido; entonces prueba suerte como peón de labor en una granja apartada de la ciudad, en la que convive con un granjero avaro y la joven esposa de éste, con la que mantiene una aventura. Allí pasa algunos meses en paz, hasta que la mujer descubre el “don” de Hugo y, abominándolo, rechaza a su amante: de nuevo, su don sobrehumano se convierte en la maldición que lo convierte en un monstruo a los ojos de los hombres.

Hugo escapa y aprovecha para visitar a sus padres en Colorado, a quienes no veía desde antes de su paso por la universidad; se da la coincidencia de que, poco antes de su llegada, su padre ha caído gravemente enfermo. En su lecho de muerte, el viejo profesor le pide a su hijo que le relate cómo ha hecho uso del “don” para mejorar el mundo; y Hugo, ante sus preguntas, elige ahorrar a su padre el conocimiento de su verdadero papel en la Gran Guerra: mintiéndole, le dice que fue él quien puso fin a la guerra, y se compromete a continuar su tarea de “mejora del mundo” en América, dirigiéndose a Washington para expulsar la corrupción de la política y el Gobierno. Cuando su padre expira, Hugo sabe que le ha consolado con mentiras. Debe, por tanto, dirigirse a la capital de los Estados Unidos para cumplir su palabra.


Danner recoge las notas de trabajo de su padre que contienen la fórmula del suero que le proporcionó su portentoso cuerpo y se marcha de Colorado, para emprender una tarea de “criba política” en Washington que, de nuevo, le enfrenta a la mediocridad de su mundo. Descubriendo allí engaños e intrigas, incapaz de hallar una “causa política“ que esté a la altura de su conciencia y su integridad, Hugo comprenderá finalmente que las instituciones de su país no admitirán ninguna reforma significativa, y que tampoco él, a través de una violencia solitaria, sería capaz de forzar su renovación. A punto de dejarse llevar por un arrebato de ira, Danner toma una decisión:
Si el mundo no lo quería, él dejaría atrás el mundo. Quizás él era una amenaza para éste. Quizás tendría que matarse. Pero su corazón, ardiente y atacado, se negaba una vez más a abandonar. (...) Hugo Danner haría todo lo posible hasta el final. Mientras, se apartaría de la civilización que le había torturado. Se iría lejos y encontraría un nuevo sueño.” [cap. XXII]

Atraído por un anuncio de prensa, se unirá como aventurero a una expedición arqueológica que marcha hacia la península de Yucatán con el propósito de estudiar las ruinas mayas; y, para su sorpresa, allí, entre las pirámides olvidadas, trabará amistad con un hombre -un estudioso universitario- que, como su propio padre, no encuentra nada monstruoso en su “don”. A él le confesará el secreto sobre su origen, y de él recibirá, por fin, una aclaración final sobre la tarea que se le había escurrido durante tanto tiempo, y en pos de la cual había vagado: hacer uso del suero bioquímico preparado años atrás por su padre y probado sobre él para levantar una sociedad independiente, apartada de todas las civilizaciones, y compuesta únicamente por hombres y mujeres tan poderosos como él mismo:
(...) Cuerpos perfectos, mentes de intelectuales, tu propia fuerza. ¿No lo ves, Hugo? Tú no eres el reformador del viejo mundo. Eres el comienzo de uno nuevo. Empezaremos con mil como tú. Viviendo por vuestra cuenta, multiplicándoos; produciréis vuestras propias artes e industrias e ideas. ¡Los Nuevos Titanes! Entonces, lentamente, dominaréis el mundo. Conquistaréis y borraréis del mundo todas esas cosas a las que nos oponemos tú, y yo, y todos los hombres con inteligencia. Al final, estaréis vosotros solos, en la cúspide.” [cap. XXIII]

Al día siguiente, soberbiamente excitado pero lleno de dudas, Hugo recoge las notas de su padre y escala una montaña que descolla entre las selvas del Yucatán. Allí debe tener lugar su desafío al mundo mediocre que ha conocido, y el anuncio poético de un Nuevo Mundo. Desde el risco más alto, bajo un cielo tormentoso, Danner hace jirones su ropa, y en medio de la lluvia y el anuncio del trueno, se dirige al Dios que, hasta ese momento, le había mantenido oculto su gran destino:
“¡Y ahora dime, Dios -Dios, si es que hay un Dios! ¿Puedo desafiarte? ¿Puedo desafiar Tu mundo? ¿Es ésta Tu voluntad? ¿O eres, como toda la especie humana, impotente? ¡Oh, Dios!”



Y entonces, un espantoso fenómeno natural, sobre el que no vamos a dar más detalles, se produce como respuesta al desafío del superhombre y como gran cierre de la novela por medio de la salida del (posible) deus ex machina -posible para los deístas y los agnósticos. Cuando lean ustedes ese último capítulo descubrirán de qué fenómeno se trata, y podrán decirme si no determina una resolución ambigua de la trama -tan ambigua como la aparición de la sonrisa/posible marca del Relojero a lo largo de Watchmen, cuando se forma justamente allí donde debe formarse para sugerir algo. ¿Casualidad o Providencia del Dios (americano)? Volveremos sobre ello. Lo que no han de perder de vista es que, finalmente, no han bastado las “potencias milagrosas” (las mismas del primer Superman) para extraer de Danner una (super)verdad superheroica. Habría que omitir muchos pasajes de los pasajes de Gladiator que hemos citado -especialmente los que inciden en la desmoralización y la desesperación de Hugo- para dar lugar a la ficción del Hombre del Mañana a partir del personaje de Wylie; mas, después de la omisión, se seguiría en deuda con esos pasajes. Entre Danner y Superman se abre, desde luego, una falla: hay que dar un salto, pasar el umbral de un género nuevo. Ese salto tiene que contar con la complicidad del público, asumir las condiciones históricas en que éste puede colaborar con la ficción y tomar parte en ella, dejarse seducir por el autor y darle pábulo: pues si en la lógica de la ficción -dentro de ella- no han sido suficientes las portentosas potencias de Hugo Danner para convertirlo inexorablemente en Superman, de manera análoga, tampoco fuera de la ficción el paso entre un público juvenil que lee Gladiator de Philip Wylie en 1930 y que después se entrega a la ficción de Superman en 1938 sería parte de una secuencia mecánica. Entre medias han de actuar y mediar algunos elementos del entorno histórico de la ficción, y obran las presiones de algunos nuevos significados -o pérdidas de significados- que marcan la dirección en que ésta -la ficción- debe continuar; componentes que permiten al intercambio entre escenario y público extenderse por esa vía, despejando el camino y convocando a las masas para la inmediata función. El hombre medio del Sueño Americano decide asistir al espectáculo o no, decide seguir leyendo la Biblia -como el abuelo de Hollis Mason- o comenzar a leer cómics de superhéroes -como hace el propio Mason en 1938. Es necesario, decíamos, un olvido y una decisión que dé una apariencia nueva a aquel personaje excesivamente dotado que no encuentra su propósito en el mundo de comienzos de siglo: pero una decisión tomada no en abstracto, sino en el mundo del Sueño Americano, a partir de contenidos propios de su realidad histórica. Quizás sólo en la América contemporánea podía convertirse Hugo Donner en Superman, porque quizás sólo en su tejido ideológico esa crisis del “Sueño del Hombre americano” de los años treinta [véase “Superhéroes y crisis (...)”] se compensaría y aliviaría produciendo ese nuevo género de ficción, entre otros posibles -pero posibles sólo en América. Bajo una desmoralización creciente, ese hombre medio, en lugar de recurrir a una inexistente “América eterna“ para tomar de su “arquetipo” las referencias necesarias a la hora de responder así o asá a la crisis, tendrá que configurar esa respuesta a partir de los materiales que ya tiene a mano: una cura -en falso o no- “a la americana” que reafirma ciertos componentes del proyecto universal en crisis -descartando otros- y vuelve a asentar la realidad del Hombre americano, delatando lo que éste es cuando abandona el teatro de la ficción -pues, alrededor de él, una solución no-ficticia estará ya teniendo lugar, curando en falso (o no) esa desmoralización. Del mismo modo que la juventud de una América desmoralizada podría haber aceptado después de 1930 otro género de ficciones sobre el papel del cómic -o quizás haber insistido en sus prácticas religiosas, o quizás haber reinventado un secesionismo antifederalista y antiyankee, etcétera-, y sin embargo acabó aceptando a los superhéroes, también la novela Gladiator podría haber tenido otra repercusión y ser interpretada en otra dirección, de modo que ahora no se tuviera que citar como antecedente del género superheroico: ¿qué tal como antecedente de un inexistente género supererrático, supererótico o superlibertino? ¿O eso ya lo inventó Henry Miller?

[Pueden descargar en este enlace el texto original de Gladiator]

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