domingo, 26 de abril de 2009

La sangre, lo verosímil y la transfiguración del superhéroe (notas).

(1) ¿En qué sentido hay "Hombres del mañana" entre nosotros que puedan ejercer de superhéroes? Superman es "el Hombre del Mañana", aunque sólo en el sentido de que, nacido con fuerzas de un Mañana "más evolucionado que el Hoy", sigue compartiendo plenamente con el hombre impotente del Hoy una idea perenne de la justicia (a la americana, claro está); de esa manera, este superhombre, ejerciendo los poderes del Mañana, se resolvería en todo caso a hacer para el hoy lo mismo que este hombre del hoy no puede hacer -pero querría hacer- con sus limitadas fuerzas corporales, en lugar de quedar de brazos cruzados, como hombre "de otros tiempos", ante unos acontecimientos cuyo desarrollo le deja indiferente. Y presentando este mismo razonamiento a la inversa: para que se cumpla esta coincidencia del hombre y del superhombre en la misma Justicia -con mayúscula inicial, aunque no se trate de una personificación-, ¿no debería ser ya la justicia del Hoy la misma que imperará sobre el Mañana, esto es, una justicia del Mañana, una justicia incuestionable (¿escatológica o apocalíptica?), que se mantiene igual a sí misma como Sueño desde que es descubierta en la distancia por los que andan el American Way? ¿Por qué la justicia del Mañana iba a ser también la justicia del Hoy? ¿Y por qué no nos iba a parecer inhumana o inmoral la actuación de un auténtico Hombre del Mañana, como ya nos parece terrible el "ojo por ojo" del pasado?







Este mismo espejismo de la "perennidad" de la Justicia -con mayúscula inicial- del Sueño Americano se volverá a formar en uno de los discursos más célebres del Capitán América, cuya cita supone por sí misma una contribución a la "fenomenología del superhéroe" que intentamos llevar a cabo en estas páginas: el discurso por el que el Capitán América, presentado como candidato presidencial por un fingido Partido Populista Nacional, renuncia públicamente a la posibilidad de que una "personificación de la libertad y los derechos civiles" -él- sea la cabeza del Gobierno de los Estados Unidos. En el nº 250 USA (Octubre de 1980) de Capitán América -reeditado recientemente en español en la línea Marvel Gold de Panini Cómics-, Roger Stern y John Byrne sitúan en esa dificultad moral al supersoldado de América, ante la que éste discurre como sigue: "(...) He trabajado y luchado por el crecimiento y progreso del Sueño Americano. (...) En los primeros años cuarenta me comprometí personalmente a defender el Sueño. Y mientras el Sueño no se materialice del todo, no puedo abandonarlo. Por eso espero que entiendan... que, con toda justicia, no puedo ser su candidato. Deben encontrar entre ustedes a las personas necesarias para mantener fuerte esta Nación, y si Dios quiere, contribuir a materializar el Sueño Americano." Entendemos entre líneas: el Sueño, materializado en parte, más o menos deficiente en su realización pero siempre perfecto y rebosante de bondades en su idea, es el fin previo e incorruptible y todo el fundamento de la actividad del Capi y de la misma dirección política y espiritual de la Nación norteamericana. Esto es algo que ya no puede deliberarse desde dentro de ella ni quedar en juego mediante ninguna opción política entre partidos "intervencionistas" o "pacifistas", "republicanos" o "demócratas". En las elecciones presidenciales de los EEUU que conocemos, sólo puede ganar el Capitán América -gane quien gane-; del mismo modo, en la construcción del mundo anunciado por América en su Sueño, se espera que el espíritu de Union Jack, compañero del Capi en el grupo especial de combate Los Invasores durante la II Guerra Mundial, esté siempre presente en la política del Imperio inglés -y sin embargo, ¿no fue Alan Moore, un inglés, quien recuperó a Union Jack para convertirlo en el Capitán Britannia y reírse de él?-. En ser conducida por su Sueño sin poder ser todavía un sueño -¿o pudiendo serlo en algún sentido?- estriba el destino de la América contemporánea, pero también la razón de la necesidad de que los superhéroes sigan actuando como tales en ella, y no como dirigentes políticos: eso es lo que acaba de decir el Capi. En otras palabras: los superhéroes han de abrir el camino entre el hombre común y el Sueño, resultando tan inmarcesibles y puros en su servicio al Sueño como lo es el propio Sueño. Es por esto por lo que sus conciudadanos necesitan de ellos en las calles -y no más bien en un despacho-: los necesitan actuando en las calles para realizar y desbrozar de malezas el territorio del Sueño tanto como nosotros necesitamos de ellos sobre el papel para soñar el Sueño: porque ellos, actuando como tales -para unos en las calles, para otros sobre el papel- son la garantía de que la comunicación con esa "imagen ideal" en la distancia -el Sueño- no se interrumpa para nosotros, lectores, independientemente de que, sólo dentro del papel, sea posible hacer algún avance hacia ese Sueño, y de que, fuera del papel, el Sueño sea siempre un trampantojo, necesario como presunta dirección de una locomotora histórico-política que marcha sobre carriles metálicos nada ensoñados. Además, el Capi es un hombre del pasado -un supersoldado de los tiempos de la II Guerra Mundial caído accidentalmente en animación suspendida y después recuperado por América en los sesenta- que, pese a serlo, puede presentarse igualmente como hombre del Mañana: porque su mañana, como el mañana de Superman, no es el mañana cronológico de la historia contemporánea, sino el mañana del tiempo en el que la Idea americana del hombre, esto es, el Sueño, se va convirtiendo en valor supremo y sentido irrebasable, fuente de todos los valores -y por eso mismo, deshaciendo.
Adelantemos algo más sobre lo que evitaremos hacer de aquí en adelante. No nos vamos a rasgar las vestiduras ni vamos a limitarnos a acusar al Capi de "adalid imperialista de los USA": los superhéroes hacen y dicen a todas claras lo que tienen que hacer y decir, y es así como dejan lugar a que se muestre en ellos algo que, ni por asomo, se trata de una mera "actitud pro-belicista" o una sordera deliberada frente a las razones de los "malos" que se pueda contrarrestar con un mensaje pacifista, con "intenciones de paz". Nuestra perspectiva histórica ni siquiera se sorprende de que tengan los EEUU que actuar como imperio político real, del mismo modo que lo hacen otros. Es por esto que no se puede decir gran cosa de los superhéroes si sólo se interpreta su aparición en términos de una oposición ingenua entre "los malos" (los que amenazan la consecución del Sueño) y "los buenos" (los defensores del Sueño), que es quizás la que opera explícitamente como motivo psicológico de sus autores: del mismo modo, es igualmente miope probar a invertir en ellos esa oposición, cambiando los papeles, o someterla sencillamente a un "relativismo" que los reduce a propaganda soterrada. Ir más allá de lo explícito, al mismo tiempo opaco y plenamente transparente, es el propósito de este trabajo.


(2) Los superenemigos contumaces son, considerados como parte del triángulo que forman con el superhéroe y el público antes que en su apariencia sobre el papel, los mejores aliados de éste en lo que toca a la ejecución de su espectáculo ante los lectores, y por lo mismo, al mantenimiento de su juego teatral: deben conseguir excepcionalmente que el exceso de poder del superhéroe esté a punto de no dar abasto en el ajusticiamiento de justos e inicuos, de tal guisa que el lector haga suya la presentación habitual de tal exceso, que termina perdiéndose de vista como tal. ¿Cómo no iban a merecerse quedar exentos de esa pedagogía humillante?

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