domingo, 26 de abril de 2009

La sangre, lo verosímil y la transfiguración del superhéroe (II).



Los "excesos" de poder de Superman, esto es, los superpoderes o -en palabras de sus primeros autores- "atributos milagrosos" que lo acompañan en la acción como Hombre del Mañana, no sólo aseguraban la consecución de su victoria sobre "el mal y la injusticia", sino que facilitaban que ésta pudiese tener lugar con la limpieza angélica de una reconvención sólo verbal, incluso yendo mucho más allá de lo verbal. Sólo porque Superman, el Hombre de Acero o del Mañana [nota 1] aventajaba sobradamente a sus oponentes en fuerza muscular, velocidad y en resistencia a balazos y cuchilladas, podía permitirse enfrentarse a ellos con la mano firme y suave de un adulto que sofrena la pataleta de un niño y se lo coloca bajo el brazo para darle una lección de comportamiento -de hecho, en el Superman de ACTION COMICS esta "pedagogía" o una humillación similar, consumada siempre a la vista del lector, solía ser el expediente que se daba a las figuras vulgares que amenazaban la tranquilidad del American Way; no era así en el caso de los supervillanos que, como el Ultrahumano, parecían morir al atacar a Superman, pero que reaparecían para contraatacar en siguientes episodios: de esa manera, nunca era recusable, censurable o suficiente la pena sentenciada y aplicada por el superhombre [nota 2]. Un sobrante de poder, un excedente de potencia corporal, era en todo caso la condición en que un triunfo del superhéroe podía tener lugar como tal: porque si bien hay muchas historias ficticias que se resuelven de modo favorable para los protagonistas tras lances peligrosos -como en el caso de las novelas de aventuras o del cine bélico- sólo en esa holgura de potencias tiene lugar en toda su propiedad la acción y la resolución superheroicas de la incertidumbre narrativa. Sería decepcionante, en efecto, que este triunfo tuviese lugar por el concurso ciego de una suerte favorable o gracias a casualidades incontroladas: porque cuando eso ocurriese, nos estaríamos poniendo, en el ápice del relato, al alcance de la risa y la comedia [ya nos detendremos sobre esto].




Mas el primer rendimiento escénico de los superpoderes es, en lo que toca a la guarda de la pureza de la acción superheroica, el de evitar que la acción se muestre en su brutalidad material y su asimetría irreductible; el de disfrazar esta acción para que aparente ser la restauración humilde de una armonía previa, comprendida como "plan (divino)" que deja todas las cosas en su sitio, "concordia universal", "estado natural" o estado final del mundo que es simplemente conservado por la intervención del superhéroe o repuesto por ella; en todo caso, este "estado de concordia restaurado y no impuesto", exento de toda parcialidad y libre de la huella personal del superhéroe, no dejará lugar a disensiones o problemas por la oposición de "otras partes" u otras razones e intereses que puedan haber sido sometidos y subyugados durante la consecución de esa paz. Si en medio de esa "paz", ese "orden de las cosas" y esa concordia recuperados por medio de la intervención superheroica vuelven a aparecer "malvados" y no sólo males accidentales, su plantilla deberá estar compuesta por hombres cegados por una "sinrazón luciferina" [la del Joker] que se niega a participar en la lógica total y neutra repuesta por el superhéroe, generosa como "caída del Cielo", salida de una Razón universal histórica contra la que no caben argumentos, porque monopoliza todos los argumentos posibles, o al menos, los que conducen la historia a una "buena conclusión", a un triunfo de la Justicia "al final de los tiempos". Los superhéroes, a este respecto, suplen la mano del (ausente) Dios-Relojero que podía intervenir milagrosamente en el restablecimiento de la "buena marcha" de la Creación (mecanicismo del siglo XVII) o que ya no interviene en la máquina del mundo a despecho de sus leyes, sino que se manifiesta en la visible Armonía del Reloj, el Sistema de la Naturaleza, no en la Revelación (deísmo del siglo XVIII).






Por tanto, a este primer rendimiento escénico de un "exceso" de potencia corporal desplegado en los superpoderes, a este efecto del "disfraz incruento" del carácter finito y parcial de toda violencia empujada por los antagonismos, le sigue un mayor premio: el de hacer invisible el carácter necesariamente parcial de la resolución del enfrentamiento, el de maquillar hasta hacer parecer "inmaculada" toda paz que resulte de la imposición de las potencias del superhéroe sobre los antagonistas o cursos de acontecimientos que le salen al paso como sus negadores. Nunca conoció la Historia paz que no tuviese que ir determinada por un sello victorioso: cuando se hablaba de Pax romana en la Antigüedad, se excluía por tanto que esa paz pudiese ser, en sus contenidos positivos -sus instituciones universales, el Derecho romano, su comercio, las obras públicas romanas, la difusión del latín y las técnicas romanas- la misma que la conducida por cualquier otro imperio histórico del momento, tras un relativo triunfo político, militar y comercial sobre los pueblos del mundo a su alcance. En cambio, la paz y el orden recuperados por los superhéroes carecen, en principio, de adjetivo que los determinen, aunque pueda entenderse que responden a la condición de generarse en las lindes del American Way. Igual que los superhéroes desconocen los límites humanos en sus potencias corporales, podrían ser capaces de dar lugar a empresas políticas universales libres de la parcialidad y las precariedades de los imperios construidos por hombres mortales: podrían introducir en la historia la ensoñada Paz perpetua de la que habló Kant o la unidad del universo (unidad bajo él mismo, un dios) que reclamaba Alejandro de Macedonia en el siglo IV antes de de Cristo. La cuestión sería si finalmente el American Way -el "modo", pero también la "vía americana"- conducirá a los norteamericanos y a todos los que se sumen a ellos hacia una paz en el Sueño, una paz ensoñada, sin determinaciones ni límites, como la superheroica: la Armonía dispuesta por un Dios (americano) para todas las cosas de la Creación y sólo turbada por la soberbia luciferina de los supervillanos, pero presentada en una época que, carente de Dios, se ha inventado a los superhombres. Y la segunda cuestión es la de si, de existir los superhéroes y ser posible por su constante intervención una paz superheroica (The Peace of the Supermen) en la que todo progresase hacia mejor, esta paz podría prescindir de su determinación, su condición limitante -"superheroica"-, y dejar de ser una imposición parcial de los superhéroes (americanos) sobre las naciones humanas. Ésa es la dificultad travestida y enfrentada magistralmente por el escritor Mark Millar en los tres números de Superman Rojo (Superman Red Son, DC comics, 2003), ficción (americana) en la que se juega con el desarrollo de una "historia alternativa de Superman", en la que el Hombre del Mañana, al aterrizar en nuestro mundo en 1938 siendo un infante, es adoptado por la URSS y se convierte en el sucesor de Stalin, logrando por su actuación como líder y superhéroe aislar política y económicamente a los Estados Unidos durante la Guerra Fría; cuando años después está a punto de cerrar el círculo global de su Paz soviética superhumana y tiene la posibilidad de anular las últimas resistencias a su "armonización" universal, una pregunta de Lex Luthor le hará caer en la cuenta de que, a pesar de haber ganado para la URSS y todo el globo comunista un orden social óptimo -en el que gracias a su previsión y sus superpoderes no se producen accidentes graves, crisis económicas, pobreza o guerras- ha convertido el mundo entero en un juguete suyo, en una miniatura sobre la que es él quien despóticamente, en nombre de todas las naciones humanas, da el fundamento de tal "ordenación de todas las cosas hacia mejor".



Prescindiendo de la "enseñanza final" de Superman Rojo sobre la capacidad humana de "ordenar todo hacia la concordia universal" sin necesidad de Hombres del Mañana, veremos que también una de las líneas problemáticas principales abiertas por Watchmen incide sobre la relación entre los superhéroes y la entrada de la historia en una "Concordia universal", construida sobre la "pureza" e imparcialidad angelical de una intervención superheroica. Una sola gota de sangre puede bastar, empero, para que la fuente de tal "paz superheroica" vuelva a quedar manchada por las limitaciones y miserias de toda obra humana. En esas condiciones, las aguas manadas de esa fuente serán perpetuamente turbias y podrán dejar lugar, una y otra vez, a los gérmenes de conflictos ulteriores: "Nada acaba, Adrian. Nada acaba nunca", son las palabras que despiden a Adrian Veidt/Ozimandias en la trama de Watchmen.

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