miércoles, 6 de octubre de 2010

Veinte años después...

De nuevo -lo han visto ya- debemos hacer una parada. No hemos cerrado el asunto de estas notas ni lo podremos hacer. Sólo rompemos el silencio para hacerles llegar una noticia promocional.
El barco pirata que vimos en las páginas de Watchmen, el Navío Negro, ha vuelto. Y ha vuelto al ser reclamado por los versos de la Ópera de los tres peniques -o "de los cuatro cuartos"- de Bertol Brecht y Kurt Weill, inserta a pedazos -como una "historia dentro del relato principal", por segunda vez- en un nuevo guión de Alan Moore. Estoy refiriéndome a la continuación de La Liga de los Hombres Extraordinarios - Century: 1910, que quizás hayan leído a esta fecha.

El apéndice al capítulo V de Watchmen "Terrible simetría" ya nos refería a la antedicha Ópera de los tres peniques: el barco pirata de Relatos del Navío Negro que reclamará al náufrago para su tripulación había salido del Infierno, pero antes había tenido su papel en la opereta de Bertol Brecht. Ahora, después de más de veinte años de escritura, Moore ha hecho llegar el Navío hasta un fingido Londres de comienzos del siglo XX, un Londres que todavía recuerda con fascinación los asesinatos de Jack el Destripador.

El viejo Nautilus es ahora el Navío Negro, y su llegada es celebrada por el lumpen y el subproletariado con una canción: "dadnos pan, no sermones". Y con otra: "la humanidad sólo sobrevivirá, sinceramente, si mantiene a raya cualquier impulso decente".

La llamada "cuestión obrera" había sido sorteada por el Imperio inglés gracias a la ejecución de la "divina tarea" del Dr. Gull, presentada por la prensa a las masas -y enmascarada, al mismo tiempo- en el mito de Jack el Destripador. La revolución que Carlos Marx -tienen su retrato entre las páginas de From Hell, dicho sea de paso- había previsto para Inglaterra nunca se produjo. Ahora la "cuestión obrera", al haber quedado relegada, se ha convertido en otra cosa: tendremos derramamiento de sangre. Si antes fueron las mujeres de los barrios más pobres de Londres las que, al ser asesinadas, permitieron "asegurar los cimientos de la civilización", ahora será una mujer extranjera la que castigue a los londinenses: ésos que no hicieron la revolución, sino que se mimetizaron en la idea del Imperio inglés. La "terrible simetría" no deja lugar al perdón: hay falta, y después hay castigo. Estoy ciñéndome al texto, señores.


Los hombres extraordinarios no tienen ya color: están "recortándose a la medida del nuevo siglo", y su trazo ha perdido un punto de fantasía. Los héroes del Imperio se han tenido que transformar: la Imaginación parece agostada. Diríamos, retrospectivamente, que les hace falta un prefijo para ser los que tienen que ser: "super-".

Me temo que Alan Moore está proponiendo un enigma: un nexo entre dos hilos separados por más de veinte años, en los que ha ido tejiendo y destejiendo. ¿Qué quiere decir este hombre? ¿Necesitamos, de nuevo, el "teatro épico" de Brecht, el "distanciamiento", en lugar del espectáculo de la "participación en el poder del héroe"? Como él mismo preguntó: "¿qué cultura [o entretenimiento] estamos produciendo?".

Les ruego disculpas por esta espera, y les agradeceré que, en unos meses, vuelvan a leer lo que teníamos que escribir.
Un saludo,
Joaquín A. F.