martes, 1 de mayo de 2012

Los superhéroes y la cola del paro. Los negros vaticinios del Sr. Moore.

Con una cierta precipitación, nos toca hoy enfrentar una cuestión sobre la génesis de la ficción de superhéroes que, simplemente, se nos ha venido encima. Empiezo refiriendo esta incursión al primer trabajo conocido de los que serían dibujante y guionista de las primeras historietas de Superman: Jerry Siegel y Joe Shuster. Hablo, en efecto, del relato (ilustrado) breve de ciencia-ficción "El reinado del Super-Hombre" (The Reign of Super-Man), que parece en principio no responder a las razones y motivaciones que les llevaron a sacarse de la manga al posterior Superman. En efecto, entre el Super-Hombre que presenta ese relato y el Superhombre (Superman) que dibujarán en 1938 parece no haber vínculo genético; sin embargo, uno es una suerte de "negativo" -como el negativo de una película fotográfica- del otro. El Super-Hombre de ese relato ocupa un papel más cercano al que a partir de 1938 ocuparán en las viñetas de Superman los archivillanos -casi siempre calvos, suponemos que de tanto pensar- Ultra y Lex Luthor, y por tanto, es heredero de la ocurrencia -tan bien recibida- de que un superhombre no puede quedar limitado en su "voluntad de poderío" por remilgos de origen humanitario, o por el "amor al prójimo", o acaso por la Ley de Yavé o la Declaración de los Derechos Humanos. Además, este "fenómeno" tiene que ser dibujado por alguna razón como un hombre calvo: suponemos, de nuevo, que "de tanto pensar", o para "poder pensar sin interferencias", puesto que sus "potencias extraordinarias" reposan en un juego de "superpoderes mentales" entre los que se cuentan la clarividencia de los hechos por venir y la sugestión sobre otras "mentes más débiles".




Pero no les voy a hacer aquí glosa ninguna de la trama de "The Reign of Super-Man", porque por ahora sólo me interesa señalar un detalle, que les ruego tengan presente al leer la historieta: el detalle de que ese Super-Man tan taimado que nos pintan Siegel y Shuster no es, en origen, sino un pobre hombre que ha salido de una "cola del pan" en los años de la Gran Depresión en Estados Unidos, es decir: que es un desempleado sustituible, una boca cuyas manos no pueden ocuparse en trabajo alguno, y desde el punto de vista de la Economía política, un "excedente poblacional", un "sobrante humano", alguien que perfectamente podría "haber desaparecido de la historia -y la Historia-" sin que se le echase en falta, puesto que no puede aportar nada a la erección del "Gran Futuro (de ciencia-ficción)" en el que el género humano tendrá su perfección moral, su Ilustración plena. El experimento que Siegel y Shuster hacen en ese relato ficticio es el de poner a semejante paria en manos un científico, que lo extrae de las filas de desempleados que esperan el pan de beneficencia y lo convierte en sujeto de prueba de una portentosa fórmula. Tras el contacto con la fórmula, el hombre salido de la "cola del pan" va a quedar dotado de los fenomenales "poderes cerebrales" que mencionábamos antes; a partir de ahí, como Super-Hombre se dirige a la conquista del mundo, para lo que no tiene reparo en desatar una nueva guerra mundial (por supuesto, providencialmente evitada, como ocurrirá en Watchmen).

No dejemos de reparar en la descontrolada "relación de ideas" que está actuando detrás del planteamiento de Siegel y Shuster: Super-Hombre-> "super-mente" (y super-cerebración)-> ambición (meramente racional) que no admite límite alguno. Este Super-Hombre no es meramente un resentido que acaba de escapar del "vertedero humano" al que la marcha de la Historia (una Historia sin Providencia, sino sólo empujada por leyes naturales) lo había arrojado y que ahora, al verse libre de toda limitación "cerebral", y por tanto, de toda atadura "emotivo-moral arraigada en las capas inferiores del encéfalo", va a "vengarse del mundo entero";  no es la mera venganza lo que busca, sino confirmar, mediante su propia acción hacia el dominio (sin límite) como Super-Hombre, que la lógica de la marcha de la Historia no puede albergar ninguna consideración moral "por los débiles"-algo que Siegel y Shuster habrían puesto en boca de los nazis, supongo-, tal como no había tenido reparo en arrojarlo a él hasta "la cola del pan". Lo que parece sugerirse, al haberlo dibujado tan "calvo" y dotado de un cerebro tan sumamente hipertrófico es que, ese mismo cerebro, en tanto "razón hipertrofiada", no responde a ninguna "moral", porque no atiende a "las ilusiones (morales) del corazón" o a los prejuicios de estirpe religiosa, y por tanto, sólo puede asumir como empresa la puesta del mundo y de todas las potencias humanas a su servicio. En resumen: que Siegel o Shuster, lo sepan o no, retratan a un Super-Hombre individualista, ateo y amoral, que no puede dejar de responder al principio de "someter todo a su voluntad (meramente dominadora e individual)"; y, a la inversa, suponen que nada en las normas morales que predican el "amor al prójimo" hay de "racional" -quizás por influencia del llamado "Darwinismo sociológico" de Herbert Spencer, al que George Bernard Shaw, admirador de F. Nietzsche e introductor en inglés del término "superhombre", hace referencia en algunas de sus comedias. La maraña de ideas en este punto es realmente pasmosa, aunque -se dirá- "se trata sólo de una historieta ilustrada para adolescentes". Lo que está de fondo es la inquietud de estos dos jóvenes judíos norteamericanos ante la posibilidad de que el Super-Hombre sea la confirmación de que no hay Dios (de los justos), y de que, por tanto, en la Historia triunfa siempre el que es más fuerte, por injusto que sea esto, y por más que los débiles merezcan un mejor destino, como los macabeos del Antiguo Testamento. ¿Cómo no iba venir después el Super-Hombre a ser sustituido por un Superman que justamente hiciese valer la tradición judeo-cristiana, que nos garantiza el triunfo final de los justos y el castigo de los injustos, por fuertes que sean?

Dejemos aquí la historia de este primer Super-Hombre. Haber elegido a un pobre paria de la "fila del pan" para hacer de él un Super-Hombre es, sin duda, una broma, o quizás una muestra del modo en que enfrentaban personalmente los jóvenes Siegel y Shuster la proliferación de esta institución en los Estados Unidos que verían nacer a Superman unos años más tarde, "cuando el New Deal hiciese que se recuperasen las esperanzas perdidas en la Gran Depresión". Lo que me interesa rescatar de aquí es justamente ese "negativo" de Superman del que antes hablábamos, y estoy dispuesto a defender que ese Super-Man "invertido" forma parte del fondo que acompaña desde antes de la primera historieta de Superman al género superheroico, y sin el cual es imposible alcanzar cuál es la talla de la ficción de superhéroes y qué es lo que está complicado con ella. De nuevo, creo haber encontrado en las obras más recientes de Alan Moore el hilo que nos vuelve a llevar a ese Super-Hombre de Siegel y Shuster, pero -claro está- separado por fin de esa calva tan llamativa, que no era sino un maquillaje: porque lo que ese Super-Man de Siegel y Shuster recogía, como un símbolo, era la posibilidad de que el propio mundo fuese acabado y llevado al caos "sin esperanza alguna". También Moore, buscando en la genealogía de la ficción superheroica, ha dado con esta posibilidad en sus últimos años: no por lo mismo, parece habérsele venido encima el pensamiento de que "alguien ha de venir que acabe el mundo, y no en los términos en que lo haría un Dios de los justos". Tomen nota en cuanto les sea posible: tanto en la nueva serie de La Liga de los Hombres Extraordinarios (vol. III): Century como en Neonomicon -continuación imprevista de The Courtyard- la trama revolotea en torno a dos figuras venideras (futuras) que traerán consigo un auténtico cataclismo civilizatorio, una suerte de parodia "del fin de los tiempos" que parece haberse desentendido de toda promesa de un "buen final para los justos". Por ejemplo: en Century, los nuevos caballeros extraordinarios desatan, al entrar en contacto con una secta ocultista, la llegada de un "hijo de la Luna", cuyo nacimiento representaria el final de "la civilización occidental-solar" encarnada en el Imperio británico. Si esto no les quita el sueño, pueden echarle un vistazo a la conclusión de Neonomicon: Cthulhu está a punto de emerger del continente hundido, porque acaba de ser concebido; mientras tanto "duerme y espera bajo las aguas", en la matriz de una mujer. Moore insiste, de una manera u otra, en posar como profeta: ya no hay que esperar ninguna salvación del mundo, sino todo lo contrario: es el vicio de quien, escapando del Superman, ha vuelto al Super-Man, y desde él, a las "implicaciones bíblicas" de los planteamientos de la ciencia-ficción sobre el porvenir del género humano, sin duda mucho menos esperanzadores ahora que a comienzos del siglo XX. Si Siegel y Shuster podían todavía, poco antes de la II Guerra Mundial, firmar la historieta "The Reign of Super-Man" como "la guardia de la civilizición del Futuro" ahora, a comienzos del siglo XXI, y cuando volvemos a encontrarnos con una gran fila del paro, Moore no puede sino parecer dispuesto a firmar sus historias bajo el título "la agonía del Futuro de la civilización".